Crónicas de Mercado: Capulín

Por: Isis Samaniego

En mis correrías de juventud solía viajar frecuentemente a pueblos. Soy de Veracruz, pero mi abuela decía que tenía chincuales en la cola pues no me podía estar en paz. Sepan que la palabra chincual tiene su raíz en náhuatl y es una palabra cuyo uso ha prácticamente desaparecido; indica que la persona es hiperactiva aunque, claro, también tiene otras acepciones pero esa es otra historia. Luego entonces, me la pasaba de lugar en lugar y, claro, me la pasaba comiendo, conociendo y platicando con la gente mayor. Habrán de saber que siempre viví con gente muy mayor y me acostumbré a convivir con ellos: la neta es que me gustaba que los grandes me contaran sus historias.

Pero vayamos al grano: hoy encontré a una señora vendiendo varios frutos. Entre aguacates criollos y camotes morados estaban los capulines (Prunus Serotina), y –regresando a mis viajes– recordé que un día, en compañía de unos amigos tlaxcaltecas fui a la Malinche. En el trayecto a la montaña encontramos un bosque de coníferas, matorrales y cactos de zona fría y ahí, entre los varios árboles que topamos, había unos que estaban cargados de diminutos frutos que iban del tono rojo al negro. Los pájaros encaramados en las ramas se daban un festín y una chica que iba entre nosotros me preguntó si conocía esa frutilla… le dije que no, que no los había probado. 

Siguió preguntando si conocía los huesitos, ahí sí le comenté que a mi abuela materna le gustaban mucho y que sí me gustaban y que eso qué… ni tarda ni perezosa nos dio cuerda para subirnos al árbol a competir con las aves. En un santiamén, y a punta de menear las ramas, cayeron los primeros capulines. Así nos pasamos casi una hora: subidos al árbol y comiendo la fruta. Abajo, los otros recogían los huesos que las aves ya nos habían dejado pelados. La misma chica me comentó que de esa fruta se recogen los huesos, se les lava, se les pone ceniza como ablandador y luego se ponen al sol para secarlos muy bien. Después se tuestan al comal con sal y, ¡zas! están listos para irse a vender al centro.

Hay más o menos ochenta y cinco variedades de capulín y todas ellas son oriundas de las regiones montañosas de América. Es un árbol mediano –de 5 a 15 mts de altura–, de tronco recto y corteza casi lisa color marrón; sus hojas miden de tres a cinco cm y son verde claro, lisas y brillosas. El fruto es de uno a dos centímetros de diámetro aproximadamente, es carnoso y su sabor va de lo dulce a lo ácido y es muy jugoso. En algunas regiones se nombra la fruta dependiendo del tono que tenga. Crece a más de 2 mil metros sobre nivel de mar, sobre todo en los bosques templados y húmedos. En México lo podemos encontrar desde Jalisco hasta Chiapas, así como en el valle de México; sus flores son blancas y crecen en racimos de unos 15 cms de largo y es polinizado por insectos. El capulín es rico en vitaminas y minerales como calcio, fósforo, hierro, ácido ascórbico, tiamina, niacina, riboflavina y carotenos. Desde tiempos ancestrales ha sido utilizado en la medicina tradicional mexicana: en Hidalgo, Morelos y el Estado de México se utiliza en arreglos y amuletos para protegerse del mal. Con el fruto también se hace un jarabe para la tos y se toma a cucharadas, asimismo se hierve la raíz y las hojas para tratar la diarrea y el dolor intestinal.

Otro de sus usos es como insecticida, pues se dice que los animales se intoxican al comer sus hojas; hay que tener cuidado al manejar la corteza, las hojas y las semillas, se deben manipular con sumo cuidado debido a que liberan HCN (hidrógeno de cianuro).

Su nombre proviene del náhuatl: Capolcahuitl (árbol de frutillos) y, desde tiempos inmemoriales, es consumido como alimento en mermeladas, conservas, licores y a veces se le combina con leche, vainilla y canela para hacer un rico postre de capulín. También se come en tamales que, por cierto, podemos encontrar en algunos mercados populares de la Ciudad de México, como en el muy conocido Mercado de Jamaica. Sin embargo, en Michoacán y partes del Estado de México se encuentran comúnmente en los tianguis y mercados a finales de verano, pues son frutos de temporada, sobre todo en los meses de mayo a agosto

Les dejo esta receta de tamales de capulín, que le pregunté a mi tía doña Maty, la cocinera de la familia que si en algo la rifa es en la comida: necesitamos 1kg de capulín, medio kilo de masa de maíz, piloncillo o azúcar y canela. Primero se ponen a hervir los capulines con el piloncillo y la canela (que el agua los cubra solamente), una vez cocidos casi hasta estar desechos, se dejan enfriar. Una vez fría la pulpa, se revuelve con la masa de maíz (obviamente se le quitan los huesos) hasta formar una pasta homogénea. Para esto ya tenemos listas las hojas de maíz (totomoxtles) previamente lavadas y nos damos a la tarea de poner una cuchara molera de esta pasta sobre la hoja y envolvemos para formar el tamal; una vez listos los colocamos en una vaporera y esperamos a que se cuezan.

Espero que lo hagan en sus casas, mis queridos lectores, ya que ahora tenemos el tiempo necesario para preparar nuestros propios alimentos, con esto de guardarse por un virus virulento que está haciendo desvariar a medio mundo.

Les vuelvo a recordar: compren a las señoras que bajan del pueblo, ahora más que nunca habrá que solidarizarse con aquellas que son personas de campo, al hacerles una pequeña compra les hacemos el caldo gordo y ellas nos traen cosa buena a nosotros.

Isis Samaniego (Rio Blanco, Veracruz, sept/77). Estudió la maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, y Artes y Administración en la Universidad Veracruzana. Es miembro fundador de Ediciones Ají y miembro del colectivo Adictos a la Poesía de Xalapa, Veracruz. Ha publicado cuento y poesía en diversos medios. Su último libro, Jacaranda, fue editado por el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Colabora con la Comunidad Slow Food  Guardianes de Sabores en Cholula.