Crónicas de Mercado: La moral es un árbol
Por: Isis Samaniego
Con esta frase, mi abuelo terminaba los debates de los pros y los contras en la política; yo, sentado sobre su regazo, me preguntaba qué tenía que ver el árbol con la charla de los adultos. La mora, frutilla que se daba en abundancia en el terreno frente a la casa de la abuela Amalia, en ese terreno abandonado por problemas de herencia, también crecían matorrales y flores amarillas casi idénticas a la flor de muerto; aunque las doñas le llamaban gigantón y por cierto era buena para bañar a los perros y quitarles las pulgas y garrapatas.
Pero vayamos a ese baldío maravilloso de la infancia; los linderos estaban empotrados con alambre de púas sobre troncos vivos de árboles de moras, hoy, sé que su nombre es Moral y, gracias a eso puedo entender la analogía de la frase lapidaria de mi abuelo paterno. Este árbol de sombra es de tamaño mediano (llega a medir unos 15 metros), tronco más bien delgado (su diámetro máximo es de 40 a 45 centímetros) y de fronda algo espesa, hojas simples y dentadas en rededor, el género del moral más común en México es el Morus Nigra, que viene del griego moréa y que a su vez deriva del céltico mor, que quiere decir negro, en alusión al color del fruto.
Las moras del moral tienen un alto contenido en vitamina C, pectina y azúcar, la fruta es muy refrescante, tónica y depurativa. En algunos lugares la usan para hacer gárgaras y terminar con la inflamación de la laringe, también se usa en tisana para combatir las lombrices intestinales, o sea que es una planta vermífuga, este brebaje se prepara con 15 gramos de corteza en medio litro de agua, se deja hervir un cuarto de hora y se toma en ayunas durante varios días seguidos y acaba provocando la expulsión de la Tenia. Nosotros no teníamos idea para qué servía pero de algo sí teníamos la certeza: que las moras eran riquísimas, algunas muy dulces y otras ácidas en demasía y también que manchaban la ropa para siempre (eso decía mi abuela), sin que por ello contuviéramos la manía de reventarlas sobre el piso, las bardas y las camisas del vecino.
Al moral lo visitábamos cada tarde cuando nos aburríamos, pues la abuela sólo nos permitía ver la televisión una hora; bien recuerdo que era marzo, llegábamos tres niños escuálidos, tan escuálidos que pasábamos entre la alambrada sin hacernos daño con las puntas del lindero, nos colgábamos de sus ramas más bajitas, cortábamos sus bichitos… esos bichitos eran la flor alargada y aterciopelada del árbol. Se dice que este árbol sirve para alimentar al gusano de seda, sin embargo depende mucho del tipo de moral, este árbol de moras negras no es conveniente para ello.
Como buen árbol de sombra, se usa para lindar y se aprovecha todo de él: su madera para construcción de artesanía y el fruto para hacer mermeladas, gelatinas, jarabes y licores. Se dice que los morales son originarios de Asia y que fueron llevados a Europa cuando empezó el comercio entre esos continentes. Hay también varias referencias literarias respecto de este árbol: Marco Polo narra en sus crónicas de viaje que en la comarca Quengianfú (Xi an) está llena de moreras, y que la seda y la morera procedían de un lugar llamado Geluchelandia, país situado al sudoeste del mar Caspio, donde había llegado gracias a Vu-Ti, emperador chino del siglo I a. de C. “la preciada seda era tela más apta para afeminar los ánimos que para cubrir los cuerpos” y se vendía a precio de oro. Han de saber, mis queridos lectores, que la otra variante del moral es el Morus Alba que es donde un gusano de seda mejor se alimenta, y su seda es de una calidad excelente.
En El último judío del escritor estadounidense Noah Gordon nos describe: “el hombre del turbante estaba explicando que la diferencia entre las sedas dependía del tipo de hojas que hubieran comido los gusanos…” cuenta la historia que los chinos desde siglos atrás cultivaban este moral para uso exclusivo de la seda, Confucio lo menciona en el libro de las canciones, dice: “antes que las nubes oscurezcan y provoquen lluvias, salgo en busca de fuertes cortezas de la raíz de los morales, para afianzar las puertas y ventanas de mi mansión”.
Una tercera especie es el Morus Rubra o mora roja, la corteza interior del árbol triturada se ha usado para acuñar monedas y también se extraían fibras para elaborar cuerdas de gran resistencia. Cabe señalar que el fruto también fue usado para teñir o hacer tinta, en el argot científico se le conoce también como Maclura Tinctoria ya que su tinta es indeleble, ojo amigos grabadores, esta fruta puede ser una fuente de innovación para los carteles y grabados del futuro, no contamina y es cien por ciento natural; aunque claro dice el dicho que “una mancha de mora con una mora verde se quita”.
Váyanse a dar una vuelta al mercado, en la zona del centro de Veracruz, bajan las señoras de la región de Zongolica y otros pueblos a vender latitas de sardina llenas de moras negras. Todas las moras son riquísimas, se las recomiendo con nata, ah y por cierto, si quieren hacer una mermelada de campeonato aquí tiene la receta: se mezclan un 1 kg de moras con 600 gr de azúcar o mascabado, y una cucharadita de sal para quitar la acidez del fruto, y listo para saborearse.
Me despido con este bonito refrán:
Duérmete niño chiquito,
Mira que viene la mora
Preguntando de puerta en puerta,
Cuál es el niño que llora.
Fotografía 2: Árbol de morera y sus frutos…imagen del Diccionario de agricultura, zootecnia y veterinaria. Tomo II, Publicaciones Herrerias S.A. México, DF, 1943
Fotografía 4: Especies forestales de uso tradicional del Estado de Veracruz
Isis Samaniego (Rio Blanco, Veracruz, sept/77). Estudió la maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, y Artes y Administración en la Universidad Veracruzana. Es miembro fundador de Ediciones Ají y miembro del colectivo Adictos a la Poesía de Xalapa, Veracruz. Ha publicado cuento y poesía en diversos medios. Su último libro, Jacaranda, fue editado por el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Colabora con la Comunidad Slow Food Guardianes de Sabores en Cholula.