Crónicas de Mercado: Zapote blanco.
Por: Isis Samaniego
Entre varios pueblos a solo unos kilómetros de la ciudad de Puebla, se encuentra San Jerónimo Tecuanipan, municipio libre del estado de Puebla. Según su toponimia este pueblo era una llanura de lobos y bestias peligrosas, su nombre proviene de las voces nahuas: Tecuani, fiera y Pan, sobre; fue un asentamiento prehispánico con presencia azteca y fundado en 1895 como hoy lo conocemos con San Jerónimo de santo patrono.
¿Que por qué les cuento esto? Pues resulta que me fui de colado, como se dice en México cuando nadie te invita pero resulta que estás ahí en una fiesta o en una reunión, y así fue en una tarde de mayo que nos fuimos a recoger quesos y otros productos a unos pueblos, el último fue San Jerónimo. Pasamos del centro hasta llegar a unas veredas que nos llevaron literal a una Casita de Barro, algo que me dejó con la boca abierta fueron las casas imbricadas con los árboles, tenía mucho tiempo que no veía algo así. Mi abuelo paterno era dueño de un solar donde una casa de madera en especial llamaba mi atención: un árbol gigante se abría paso a media casa, era un Chinene que daba frutos asombrosos y cuando estabas comiendo se dejaban caer sobre el techo de láminas dándonos un susto a nosotros los niños.
Rápidamente mi mente empezó a confabular sueños y recuerdos, imaginen ustedes que se suben al árbol, un árbol chaparrito de no más de 4 metros y se sientan en la copa a leer un libro de aventuras en la selva o en el mar o así. ¡Ah! Yo en la infancia me sentía Lobo de Mar, me subía a estos árboles y con todo mi peso echaba a andar la nave, le colgaba telas con calaveras y en las tardes de neblina, navegaba entre la brisa fresca del norte, claro también recuerdo que tomaba con mi mano los frutos de estos pequeños árboles, eran las granadas de guerra que reventaba contra el enemigo-la pared (¡je! Por cierto la pared era de mi vecino). El fruto era verde de consistencia maciza y dura, alguna vez encontré uno maduro, no sabía qué eran estas bolas verdes ni para qué servían pero me divertía que se terminaran embarrando sobre el enemigo imaginario.
Regresando a la crónica de aquella tarde, resulta que había árboles llenos de zapote blanco (Casimiroa edulis). Hay una gran variedad de zapotes, varían tanto de color como de forma; claro que su sabor y consistencia también son distintos y depende de la variedad que hayamos comido. En esta sección de crónicas ya hablamos del zapote amarillo o Caca de niño y en esta ocasión conoceremos algunas características de este zapote blanco que de peque ni por equivocación lo comía, porque yo era en realidad algo melindres, la verdad era que apetitosos no se veían y luego verdes pues ni quien se acercara a ellos.
El zapote blanco se da en los climas tropicales húmedos y también en climas templados, lo podemos encontrar de México a Centroamérica; en muchos pueblos de Veracruz y Puebla la gente no los aprovecha o prácticamente no se consume. Es clásico ver en rededor del árbol fruta caída ya madura mordisqueada por los animales salvajes como el tlacuache o los pájaros como el tordo negro y los pericos. Es penoso que nosotros los habitantes de estos lugares no queramos o no sepamos comer cierta clase de frutas o verduras por pura ignorancia o mitos, esta es una pérdida tanto para la especie humana como para el árbol como espécimen biológico, puesto que si no hay consumo la planta se va perdiendo y esto empobrece nuestro entorno y nuestro paladar.
El zapote blanco contiene nutrientes de suma importancia para el organismo, su consumo permite al cuerpo humano obtener de manera natural: hierro, niacina, folato, ácido pantoténico, cobre y potasio, vitamina A y vitamina C. Su pulpa es de consistencia muy suave, yo diría que es un mousse natural de sabor muy dulce tal vez parecido a su primo cercano el mamey, solo que la piel de la fruta es muy lisa, suave y de color verde por fuera y por dentro va de blanco a amarillento cuando se ha abierto la drupa; contiene de dos a cuatro semillas a mi parecer bastante grandes, que en ocasiones pueden ocupar prácticamente todo el fruto. Es un árbol perennifolio pequeño de 3 a 8 metros de altura, de la familia Rutaceae, presente en México, tronco grueso de color gris claro a oscuro, de copa ancha, hojas digitadas, pecioladas y opuestas de color verde brillante de forma elíptica; por cierto sus hojas sirven para preparar infusiones para reducir la presión arterial. Su corteza es astringente, el consumo de esta variedad de zapote nos aporta muchos beneficios, como una mejor digestión, favorece la pérdida de peso, combate la anemia pues aporta vitamina B6 y nos da una gran cantidad de calcio, por lo tanto fortalece la estructura ósea y dental.
Comer zapotes nos ayuda a mantener un buen estado de salud, estos frutos nos ayudan a tener procesos metabólicos sanos, ya que actúan como cofactores de enzimas y son aconsejables para prevenir resfriados y gripes, fortalecen al sistema inmunológico y optimizan el estado de las mucosas, las cuales son las barreras naturales de nuestro organismo para combatir infecciones respiratorias. Aquí tenemos un producto natural que en época de pandemia no solo es rico, sino que nos puede dar la pauta para combatir los nuevos patógenos que vienen.
Así que estimados lectores y comensales, pongan en la lista de su compra los zapotes (del color que sean), todos tienen muchas vitaminas y minerales que ofrecer a nuestro cuerpo; claro siempre y cuando sea temporada porque recuerden que los productos aquí descritos son frutas y verduras que se consiguen en los tianguis y los mercados con pequeños productores venidos de regiones apartadas y no siempre llegan… pero cuando llegan, siempre nos sorprenden.
Fotografía de portada: daniigp
Isis Samaniego (Rio Blanco, Veracruz, sept/77). Estudió la maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Tlaxcala, y Artes y Administración en la Universidad Veracruzana. Es miembro fundador de Ediciones Ají y miembro del colectivo Adictos a la Poesía de Xalapa, Veracruz. Ha publicado cuento y poesía en diversos medios. Su último libro, Jacaranda, fue editado por el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Colabora con la Comunidad Slow Food Guardianes de Sabores en Cholula.